domingo, 12 de octubre de 2008

Circo público

Y nunca mejor dicho. El viernes me quedé con la intriga. Me explico.

Venía en el metro con R., que acababa de enseñarme su nuevo y flamante pisito en alquiler (por cierto, dos cosas: "peazo" piso, me ha gustado muuuuucho; por otro lado, enhorabuena oficial por tu nuevo paso en tu vida, que te salga bien y que seais muy felices). Después de ver su nuevo hogar, era hora de ir a hacer cada uno nuestros recados y nuestras cosas. Así que cogimos el metro, yendo los dos en la misma dirección.

El caso es que una parada antes de tener que hacer transbordo, se planta un personaje de lo más variopinto en medio del vagón. Pantuflas, pantalones holgados, una corbata chillona, tirantes, un maletín viejo que llevaba consigo a todas partes... Vamos, un cuadro. Y encima tenía una bola de gomaespuma roja en la nariz. Todo esto sería muy raro, si no fuera por el hecho de que se trataba de un payaso. O mejor dicho, una payasa (porque era mujer).

El caso está en que me sorprendió que, viendo la que nos venía encima (iba a hacer alguna especie de broma o actuación), todos sólo mirabamos de reojo. O más bien queríamos mirar hacia otro lado. La cuestión, como procede en cosas de este estilo, es evitar a toda costa mirar a la otra persona, temiendo que te pudiera morder, asaltar, decir algo, etc. Actúas como cuando estás en un ascensor y no conoces a la otra persona. Miras al suelo, al techo, miras el reloj, te quedas fijando en el cuadro de mandos de la cabina, etc. (nos suena a todos, ¿verdad?). Pues aquí, igual. Ahora, reconozco que yo era el primero al que le daba cierto reparo observar a esta persona.

Y sin embargo, esta persona quería que nos fijaramos en ella. Desde luego, comenzó saludando en voz alta a todo el mundo y nos vimos "forzados" a contestar. Con un hecho tan simple y cotidiano (¿cuántas veces al día haremos nosotros lo mismo?), se rompió el hielo (por lo menos conmigo) y ya sentía que no pasaba nada si miraba todo el rato (que es lo que quería conseguir la payasa). De esta forma, comenzó su espectáculo. Ella quería explicar que estaba haciendo un cursillo a distancia, del cual estaba comenzando y que no dominaba nada bien, en el cual se le exigían unas prácticas no remuneradas, pero obligatorias, en las cuales tenía que hacer un número. Este pequeño relato se extendió un poco más de lo debido, porque ella, respetuosamente, todo hay que decirlo, se calló para dejar hablar al de la megafonía grabada que anuncia la siguiente parada con sus correspondencias con otras líneas. La cosa empezaba a calentarse...

El caso es que su "práctica" iba a consistir en la doma de un león. Y por león, me voy a explicar. Aparece del otro extremo del vagón, un "animalito" con mallas de colores chillones (verdes, amarillos y rosas fosforitos, entre otros muchos colores), un top igualmente de colorido y de chirriante, unas rastas tipo Lenny Kravitz en sus días mozos (es decir, para el que no lo conozca, su pelo recogido en en trenzas compactas, dejando que sólo tenga 20 o 30 trenzas como peinado) y, como no, la bola roja de gomaespuma en la nariz. Cabe decir que un león, no es así. Por lo menos, los que enseñan en los documentales de la 2 tienen otra pinta. Pero a este le cogías un cariño inmediato (por lo menos en mi caso). Pues mientras la primera payasa cogía un aro, la "leona" se ponía a rugir y a mover sus "melenas" a modo de demostrar su frenesí salvaje y la necesidad de doma.
Y ahora viene la peor parte. Que llegué a mi parada. No sé lo qué pasó a continuación. Podría haber continuado no sé cuántas paradas más hasta que hubiera terminado el espectáculo, pero igual habría llegado hasta Aluche (es que iba en la línea 5 de metro). Pero como suele pasar en los días actuales, el tiempo es oro y tuve que renunciar a echarme unas risas y seguir con mis quehaceres (es que yo me animo a reir en cuanto puedo). La payasa "principal" se me quedó mirando y me preguntó que adónde iba. Que me iba a perder lo mejor. "Lamentablemente, me bajo aquí" le contesté. Y con esa intriga de cómo seguiría esa doma espectacular, seguí mi camino.

P.S.: La verdad es que quiero reconocer sinceramente a todas las personas que se dedican profesionalmente o en su tiempo libre a hacer reir a las personas. En un mundo donde parece que lo que nos domina son las desgracias, los sucesos trágicos y demás eventos malignos, siempre se agradece que una persona trate de ponerte una sonrisa en la cara. Ahí va mi felicitación a todos ellos.

P.D.: R., me tienes que contar cómo terminó todo esto...

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