domingo, 21 de septiembre de 2008

Recuerdos de infancia de un alemán

Los domingos son raros. Por lo menos para mí. No me gustan. Generalmente, porque implican que se ha acabado el descanso y el tiempo para hacer aquellas cosas que uno quiere. Significa que mañana hay que trabajar...

Pero esta mañana ha sido distinto. Me ha gustado despertarme. Es cierto que me he hecho el remolón en la cama un rato, pero una vez levantado, me he sentido feliz. Afuera hacía un día bastante malo. El cielo estaba encapotado, el cielo amenazaba con lluvia (quizá tormenta), soplaba mucho el viento... Al poco tiempo empezó a llover. Cualquiera podría decir que hacía un día de perros, pero no para mi. Con la llegada de la lluvia, mi gozo fue completo.

Ahí estaba yo, en el salón, mirando por la cristalera al jardín, viendo como caían chuzos de punta, y yo calentito dentro de casa. Estaba en la gloria. A mi me relaja oir como cae el agua, notar el frescor que viene con la lluvia, comprobar que cesan los ruidos cotidianos molestos como los coches, sirenas, etc. Me retrotrae a mi infancia, cuando estaba de vacaciones en Alemania en casa de mi abuela. Ella vivía en una pequeña ciudad cerca de un bosque en el sur de Alemania. Allí es muy habitual que llueva en cualquier momento. De hecho, tan pronto puede caer una cortina de agua, como después sale rápidamente el sol...

Recuerdo con mucha nostalgia y mucho cariño estar en el salón de casa de mi abuela, siendo yo pequeño, jugando a cualquier cosa (con piezas Lego, los clips de Playmobil o con cualquier coche, peluche, etc. que tuviera a mano en ese momento) mientras las tormentas tronaban en el exterior y la lluvia pegaba con furia contra las ventanas. Sin embargo, a mi no me parecía importar, ya que jugaba ajeno a todo aquello. Estaba sumido en las fantasías del juego. Aparte de la magia intrínseca que acompaña al juego infantil, yo me sentía arropado por el calor de la pequeña chimenea que había y del olor a comida y dulces que provenían de la cocina. Mi abuela siempre preparaba ella misma tartas de muchos tipos, mermeladas, etc. Ese olor estaba interiorizado en la casa. Es lo primero que notaba cuando volvía a entrar en casa después de un año fuera. Casí diría que era una esencia que asocia a mi abuela como persona. Notar ese olor, me hacía sentir acompañado, querido y seguro. Y en días de lluvia y tormenta, ese olor parecía acentuarse aun más.

Ahora todo es distinto. Ya no soy pequeño, ya no experimento esa magia que se siente de niño cuando se estaba jugando... Tampoco puedo volver a ese entorno, puesto que mi abuela hace muchos años que ya no está aquí y esa casa estará siendo ocupada por una familia desconocida, la cual habrá creado un entorno propio y distinto al que yo conocía. Apenas tengo ocasión de ir a Alemania y me paso casi todo mi tiempo en España.

Pero, cuando en días como hoy, llueve con esas características (aunque nunca he vuelto a vivir una tormenta como aquellas), me permite volver durante un rato a ese pasado que tanto he amado y que siempre recuerdo con mucho cariño. Me permite recordar a mi abuela, a la que echo de menos. Por momentos, vuelvo desde la distancia geográfica y temporal a esa infancia "alemana" que llevo dentro de mi y revivir esos momentos plácidos, serenos y bonitos. Estos recuerdos serán imborrables para mi para el resto de mi vida, por mucho que llueva y por fuerte que resuenen los truenos. Mi abuela y "su" Alemania siempren estarán conmigo.

Por ello, hoy ha sido un buen domingo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te ha salido un escrito muy proustiano...la lluvia y los olores que te llevan a la infancia, a casa de tu abuela. Me ha gustado. Casi casi me imagino la cristalera: yo también me veo siendo feliz en un sitio así.